Buenos Aires.- La violencia en nuestro fútbol ya se convirtió en un clásico, y esta vez, la barbarie se presentó en Mataderos. La excusa fue el cotejo entre Nueva Chicago y Temperley, que militan en la Primera Nacional, y las escaramuzas se produjeron en la tribuna local, que arrojaron un saldo de tres heridos.
La rivalidad entre las diferentes facciones que integran la barra no es nueva, y no llama la atención. Pero enoja, molesta y enerva observar como ingresan al estadio armas blancas libremente, mientras que el público en general, no goza de esos privilegios, y es requisado hasta el hartazgo.
Antecedentes:
El Torito no tiene exclusividad en el tema, ya que varios clubes se vieron afectados por el accionar de los violentos, de cualquier categoría. El tema pasa por apreciar las medidas adoptadas por la justicia (tan vapuleada y con razón, en nuestros pagos). Y allí aparece, con un magnífico cinismo, la participación de la política.
Los vínculos de los barras con el arco político es indudable, y allí nace la impunidad. Y vale aclarar que también se beneficia la policía, con operativos policiales ampliados, sin participación activa, y con una suma millonaria para abonar por las entidades.
Algunos ejemplos de hechos violentos puntuales han quedado en la nada, y nadie entiende los motivos. Lanús ha sufrido la muerte del simpatizante Daniel Sosa, en Guidi y Arias, antes de ingresar al estadio granate, para ver el partido contra All Boys. La AFA no castigó con severidad al denominado Club de Barrio más Grande del Mundo.
El equipazo de Banfield, dirigido por Matías Almeyda, que logró el ascenso junto a Defensa y Justicia, también sufrió el accionar delictivo de los hinchas caracterizados. En pleno reportaje, dentro del campo de juego del Florencio Sola, se pudo observar con nitidez los tiros en la disputa de poder sobre la popular local. En Viamonte 1366, la respuesta fue siga, siga…
Una vara injusta:
Otro club de la zona sur, con problemas interminables con la barra, es Los Andes. Sin embargo, a pesar de sucederse casos parecidos -ninguno dentro del estadio con muertos o heridos-, pero sí con armas de todo tipo, encontradas antes del inicio de un cotejo, la reacción de la casa mayor del fútbol fue claramente dispar.
Por años, el Milrayitas debió jugar a puertas cerradas en cancha de Tristán Suárez, Deportivo Merlo y otros clubes. Una vez levantada la veda de público, los socios debieron presentarse en la comisaría más cercana al estadio Eduardo Gallardón, para abonar la cuota social, previa sesión de fotos de frente y perfil. Sí, como lo lee, al mejor estilo de un delincuente. Inaudito e incomprensible.
Evidentemente, los hechos demuestran una vara diferente, a la hora de penalizar. Y la política juega su papel fundamental, para salvar en el plano deportivo y económico a algunos privilegiados, o hundir a los más humildes.
Desde esta columna, no se busca ninguna sanción ejemplar para los clubes. Sí se exige la mayor rigurosidad, para que el peso de la justicia caiga contra los delincuentes. Pero mientras la espera adormece, un poco de ojo de igualdad a la hora de sancionar, no vendría nada mal.
Por Carlos Alvarez | En Twitter: @LitoAlvarez1968